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SOBRE MÍ

Mi nombre es Eduardo Mondaca (1961). Soy oriundo de Quintero, un bello balneario situado al norte de la región de Valparaíso, a unos 90 km de Santiago, la capital de Chile.

Estoy felizmente casado con Doris Núñez y con quien tenemos 4 hermosos hijos.

Provengo de una familia humilde pero numerosa. Soy el octavo de nueve hijos. Mis padres son: Fidel Mondaca (fallecido en 1969) y Silvia Cabrera.

 

Desde que tengo uso de razón he estado ligado a la Iglesia evangélica. Mi padre buscó en ella un refugio de esperanza a causa de una larga y complicada enfermedad que padeció por muchos años. Lamentablemente falleció sin lograr ver el tan anhelado milagro. Desde entonces, prácticamente toda mi familia permaneció en la Iglesia. No puedo desconocer en este momento el gran apoyo que significó aquella pequeña congregación pentecostal, junto a sus pastores, para nosotros y en especial para mi madre, quien quedó viuda con nueve hijos a sus 37 años de edad.

 

Crecí en la Iglesia, y por el hecho de formar parte de una familia antigua en la comunidad fui adquiriendo responsabilidades desde muy joven dentro de ella. Me encantaba predicar, enseñar sobre la Biblia. Los predicadores en mi congregación no eran personas muy letradas, así que cuando había alguien que leía un poco más que los demás era bien notorio. Prácticamente todo se medía en el ámbito de lo místico (espiritual). No importaba cuanta educación o preparación teológica tuviese quién ministraba la Palabra, si esa persona activaba las emociones del pueblo éste era muy bien recibido. Se tenía el concepto que cuando una persona estaba delante de la congregación para enseñar la Palabra, en ese momento era Dios quien hablaba a través de él o ella. Por lo mismo, se guardaba un profundo respeto a lo que se escuchaba desde el púlpito, sobre todo si esa persona era el pastor o un alto líder de la institución.

 

Entre todo lo que uno aprende o escucha dentro de una Iglesia evangélica, llama mucho la atención el énfasis desmesurado que se da al tema relacionado con el fin del mundo y a la recompensa o castigo que han de recibir quienes acepten o rechacen el mensaje del evangelio. Es obvio que este tipo de discurso a uno lo marca definitivamente, pues eso ocurrió conmigo precisamente. De muy joven me apasionó todo lo relacionado con la Escatología, aunque dicho término solo vine a conocerlo años después. Para mí solo se trataba de las profecías bíblicas.

 

Como la gran mayoría, mi entendimiento sobre el mensaje profético de la Biblia era a través de la óptica de la corriente teológica denominada: dispensacionalista. Es decir, creía que Cristo volvería algún día en el futuro y pondría fin a todo el dolor humano sobre la tierra, al mismo tiempo que traería consigo juicio sobre los incrédulos y todos los hacedores de maldad. Para mí, como para millones de cristianos en el mundo, ésta era la única verdad a creer y proclamar.

 

Hoy, después de haber sido pastor y maestro bíblico durante muchos años ─20 para ser exacto─ concibo una interpretación del discurso profético de la Biblia muy distinto al que sostiene y profesa la mayoría de cristianos en el mundo. Afirmo con absoluta convicción que Jesús no volverá por segunda vez, ni en esta generación ni en ninguna otra en el futuro. Sostengo, de acuerdo con el mismo texto bíblico, que Cristo debió venir por segunda vez durante la generación que le escuchó y conoció en el primer siglo (Mt.24:34). No hay un solo versículo en todo el Nuevo Testamento, relacionado con la segunda venida de Cristo, que no tenga para sus destinatarios originales un carácter de inminencia. Es precisamente sobre esta gran verdad, escondida durante tanto siglos, que deseo compartir con ustedes a través de mis libros ya publicados. Les invito a que revise los contenidos de estos trabajos y luego atrévase a cruzar la línea de lo prohibido. Conozca la verdad y sea verdaderamente libre. 

 

 

 

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